13 de febrero de 2013

Siempre estás.



Cuando tenía 10 años oía a mi padre o a mi madre hablar de la muerte de algún amigo, conocido o familiar, lo veía en la televisión, era algo que pasaba cada día. En esos momentos yo ajena a todo pensaba que eso a mí nunca me pasaría.
Poco a poco fui creciendo, me iba haciendo mayor y la muerte empezaba a formar parte de mi vida. Amigos de conocidos, familiares de amigos cercanos… la edad y las enfermedades eran la causa de estas pérdidas. Veía las lágrimas de las personas que dejaban de tener a esas personas a su lado, e intentaba animarlas cuando podía o corría de mi mano. Entonces con el paso de los años me fui dando cuenta, mi mente asumió, que la muerte algún día me tocaría muy de cerca. Ya no solo que yo podía morir, que es algo a lo que no tengo miedo, si no el poder perder a alguien cercano, a alguien a quien yo quisiera con todo mi corazón. Ese, precisamente ese, es el motivo por el que la muerte me aterraba, no la posibilidad de decir adiós a este mundo, si no ver como otra persona querida me decía adiós. Y así fue, por desgracia el 13 de febrero del 2008, la muerte llamó a mi puerta de una manera brusca y desarmada. Llamó a mi puerta sin avisar, y no me vino a buscar a mí, sino a ti. No entendía porque a ti. En esos momentos se me pasa por la cabeza un pensamiento egoísta, pensaba que había miles de personas en la tierra ¿por qué te tenías que ir tú? ¿Por qué querían dejarme sin tu cariño? Nosotros no nos hacíamos a la idea, y digo nosotros, porque aquella noche fue la más larga de mi vida. Tú allí en aquella caja de madera de pino, y yo de pie frente a ti, junto a la persona que había compartido contigo los mejores momentos de su vida. Él también estaba lleno de dudas, miles de preguntas le asomaban por la cabeza. Nos separaba un ligero y brillante cristal, por el cual no solo podía verte a ti, si no que veía mi reflejo. Veía las lágrimas que a montones salían de mis ojos y recorrían mi cuerpo. No me daba tiempo a pararlas, recorrían a toda prisa mi cuerpo y eran tantas que por más que las limpiara seguía mi cara mojada.
Hoy, cinco años más tarde, vuelvo a estar delante de tu foto, viendo y sufriendo por aquel maldito día que decidieron arrebatarte de mi lado. No he podido ir a verte, todos los años desde tu partida he ido a visitarte a llevarte flores y a decirte otra vez lo mucho que te quiero. Y hoy me siento mal, porque no he ido, no he podido ir a verte, a decirte todo lo que ya sabes porque te lo digo día tras día. Estoy encima de la cama, mirando tu fotografía, esa en la que con él, con el amor de tu vida salís sonriendo. Es mi foto preferida. Vuestras maravillosas bodas de oro. La guardo como si fuera la foto de mi propio amor. Sois y seréis siempre un reflejo para mí, dos guías que me llevan por el buen camino y que gracias a ellos me doy cuenta de que tengo que hacer caso a las buenas personas e ignorar a aquellos que solamente quieren hacerme daño. Él está aquí conmigo, está aquí sonriendo aunque por la fecha de hoy asustado, melancólico pero como todas y cada una de las personas, que te queríamos y que tu marcha nos dolió. 
Sin más te diré que he aprendido a vivir el día a día y que gracias a ti todos los días son un poquito más agradables y que gracias a ti y al recuerdo que me has dejado, cada día soy capaz de soltar una sonrisa, aunque sea el peor día de mi vida. 
Te quise, te quiero y te querré siempre. 

Tu nieta. 

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