19 de febrero de 2013

Idealista.



                       Sale del metro. En el andén ya está. Arriba un letrero le indica que ha llegado a su destino. SOL.  En frente un maravilloso banco de metal. Fresco y deseando que alguien pose su trasero en él. De repente, parece que se da cuenta de lo que el banco está pensando. ¿Pero cómo? Un banco no habla, y menos podrás entender lo que dice. Pero sin saber cómo, se acerca y se sienta. Decide no subir las escaleras mecánicas y salir a la calle. La opción elegida es la de reposar unos minutos en ese banco. Todo marcha bien. Parece que su dolor abdominal comienza a aumentar. Todo se tuerce. Un letrero luminoso advierte de que en 2 min el tren “efectuará su entrada en la estación“. Lo mira, se levanta para irse... Pero una fuerza inerte le hace que se vuelva a sentar. No entiende nada, pero el dolor cada vez es más fuerte y parece que es mejor sentarse. Ya está. El tren acaba de efectuar su entrada en la estación. La gente baja. Libre albedrío para todos. Pero una persona se queda patidifusa en el andén. Ese mismo andén de la línea 2, de color rojo pasión. Decide reposar. Es chico, de altura media, con vaqueros, vans, unas dilataciones que no dejan ver sus hermosas orejas y un tatuaje colorido en el brazo. Lleva consigo una cámara de fotos y un reproductor mp3.  La chica sentada en el banco con el café de la mano, su libro de Leopoldo Abadía y su bolso de Loewe. Ambos desconocidos. Ya están los dos juntos, ella le mira y él le sigue la mirada. Son esos ojos color cielo los que no dejan al chico apartar la mirada a otro lado. Parece que poco a poco el dolor de la chica comienza a remitir. Ese dolor abdominal que poco a poco comenzaba a subir hacia la izquierda de su cuerpo. No entiende por qué. Tampoco entiende esa estúpida sonrisa que en su cara se refleja. Pero sin dejar de mirarse parece que se están contando una vida de aventuras y deseos. Han transcurrido dos horas y miles de personas han pasado por su lado. Ellos ni se han inmutado. Siguen de la misma forma que cuando se encontraron. Él tiene que irse. Se va. Ella cambia el rostro y a los 10 minutos se levanta. Va a irse. Algo suena. Roza el suelo y hace un ligero pero sonoro ruido. La chica se agacha. Es la tapa de un bote. La coge, la mira y detrás ve un número de teléfono. No se va con las manos vacías. Entiende que el chico no ha pasado por ahí de casualidad... Algún día contaré el final. Qué pasó. Quedaron o no. Se llamaron o no. ¿Se llegaron a conocer? ¿A cruzar palabra...?
No sé. Lo que sé es que cualquier oportunidad es buena para encontrar el verdadero amor

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