¿Qué
tan dispuestos estamos a sufrir por alguien? ¿Cuál es el límite? La respuesta
es personal e intransferible. La egoísta sensación de merecer que surge por el
hecho de dar, no es siempre egoísmo o utilitaria generosidad, sino auténtica
dignidad. Cuando damos lo mejor de nosotros mismos, cuando decidimos compartir
nuestra vida en intimidad, cuando abrimos nuestro corazón de par en par y
desnudamos nuestra alma hasta el último rincón, cuando perdemos toda vergüenza,
cuando los secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión, existe
merecimiento. Y si no existe, debería existir, debería haber un reconocimiento
que alguna vez todos merecemos.
Que
se menosprecie, ignore, olvide o desconozca fríamente el amor que regalamos a
manos ajenas, eso no debemos consentirlo. Tienes que coger las riendas del
caballo de tu vida, saltar ante los obstáculos y derribar todas las barreras que
te impidan ser tú en la vida. Y que no te dejen demostrar lo que eres.
Cuando pensamos en
alguien, que nos gusta, pero que no puede correspondernos y vemos que desprecia
nuestro amor, es hora de plantearse si estamos en el lugar adecuado. O en el
equivocado. Pero si no sabes que piensa, pregúntaselo. ¿Tienes miedo? Pues enfréntate
a ellos. Los miedos no valen nada en esta vida, solo para impedirte disfrutar
de ella.
Definitivamente, si
luego no te sientes bien por las respuestas, entonces, coges y te vas. En
cualquier relación de pareja que tengas, no te merece quien no te ame, y menos
aún, quien te lastime.
Si
alguien te hiere reiteradamente sin “mala intención” – este absurdo existe - es
posible que te merezca, pero en verdad no te conviene. A veces debes separar lo
que quieres de lo que te conviene. No se ha fijado en ti en tantos días, que
iba a cambiar para que fuese ahora.
Defínete,
define tus deseos, tus límites y así podrás conservar tu esencia. Recuerda que
la esencia no es nada sin él es. Tú quieres que eso sea esencial y por ello que
sea. Que exista…
¡sueños
de papel!
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