26 de noviembre de 2012

Sueños


¿Qué tan dispuestos estamos a sufrir por alguien? ¿Cuál es el límite? La respuesta es personal e intransferible. La egoísta sensación de merecer que surge por el hecho de dar, no es siempre egoísmo o utilitaria generosidad, sino auténtica dignidad. Cuando damos lo mejor de nosotros mismos, cuando decidimos compartir nuestra vida en intimidad, cuando abrimos nuestro corazón de par en par y desnudamos nuestra alma hasta el último rincón, cuando perdemos toda vergüenza, cuando los secretos dejan de serlo, al menos merecemos comprensión, existe merecimiento. Y si no existe, debería existir, debería haber un reconocimiento que alguna vez todos merecemos.
Que se menosprecie, ignore, olvide o desconozca fríamente el amor que regalamos a manos ajenas, eso no debemos consentirlo. Tienes que coger las riendas del caballo de tu vida, saltar ante los obstáculos y derribar todas las barreras que te impidan ser tú en la vida. Y que no te dejen demostrar lo que eres.
Cuando pensamos en alguien, que nos gusta, pero que no puede correspondernos y vemos que desprecia nuestro amor, es hora de plantearse si estamos en el lugar adecuado. O en el equivocado. Pero si no sabes que piensa, pregúntaselo. ¿Tienes miedo? Pues enfréntate a ellos. Los miedos no valen nada en esta vida, solo para impedirte disfrutar de ella.
Definitivamente, si luego no te sientes bien por las respuestas, entonces, coges y te vas. En cualquier relación de pareja que tengas, no te merece quien no te ame, y menos aún, quien te lastime.
Si alguien te hiere reiteradamente sin “mala intención” – este absurdo existe - es posible que te merezca, pero en verdad no te conviene. A veces debes separar lo que quieres de lo que te conviene. No se ha fijado en ti en tantos días, que iba a cambiar para que fuese ahora.
Defínete, define tus deseos, tus límites y así podrás conservar tu esencia. Recuerda que la esencia no es nada sin él es. Tú quieres que eso sea esencial y por ello que sea. Que exista…
¡sueños de papel!

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