12 de marzo de 2013

Añoras.



Esta mañana al levantarme todo parecía seguir igual. De hecho era una plácida mañana de marzo donde nada había cambiado. Mientras mi padre tiraba de mis sábanas para hacerme levantar. Mi pensamiento seguía siendo el quedarme en la cama a dormir. Era demasiado pronto. No quería levantarme, quería seguir soñando. Pero cedí. Me he levantado y he decidido arrancar el nuevo día con una gran sonrisa en la cara. Mi padre iba a facilitarme todo. Él me llevaría a clase y así no iba a llegar tarde. No me iban a cerrar la puerta en las narices dos horas aunque hubiese hecho el esfuerzo de ir. Eso aumentaba por segundos mi sonrisa. Lo que parecía un día donde no iba a pensar en nada comenzaba a hacerme reflexionar. Mi padre me esperaba en la cocina. Deseaba desayunar conmigo. “¿quieres café?” Sus pupilas se centraban en las mías y como si de algo simple se tratara conteste con un “sí” . Mi padre tiene una costumbre muy rara, pero a la vez muy universalizada. Antes de desayunar “un buen vaso de agua” siempre comenta con una voz como de consejo. Acepté con un gesto de cabeza nada más. Todo seguía pareciendo sencillo. No había complicaciones. Cambios de sentido. Reflexiones al contado. Pero no me imaginaba que un vaso de agua hiciera remover mis pensamientos. Mis sentimientos. Sin más intención que la de vivir los minutos a su lado. Pero de repente los recuerdos acecharon mi cabeza. La playa, el mar, la fuente de mi lugar favorito, las botellas de mi rincón favorito de la ciudad. Todo tenía sentido. Relación con la misma idea. Me revolvió las maravillosas tardes en todos esos lugares. Las mañanas con la brisa. Y las noches con alcohol de quemar. Quería viajar hacía allí. Quería dividirme en tres, poder viajar a esos tres lugares citados. Pero estaba claro. Era imposible. Pero mis ideas si que habían viajado hasta allí. Habían llegado a tocar el agua en las tres situaciones. Las imágenes en mi cabeza eran de color claro. Visualizaba de sobra lo que quería recordar. Pero hablando de agua decidí que la mejor opción era crear contacto con ella. Me acerqué a la bañera e introduje poco a poco cada una de mis partes del cuerpo. Creo que fue la añoranza de esos deseos que brotaban de mi cabeza los que hicieron que disfrutara de la ducha de la forma en la que lo he hecho. Creo y veo que esto no tiene ningún sentido para los demás. El escribir sin sentir nada no tiene sentido. Pero escribir algo que te pone los pelos de punta, y que te hace que lleves todo un día dando vueltas a la cabeza merece la pena ser escrito. Por eso a pesar de qué se que no os producirá nada, a mí sí. Me ha hecho ver las cosas importantes de la vida. Ver el cariño que tengo a los lugares que han formado parte de mi infancia. Ver que querer no es solo un verbo unido a seres vivos. Y ver que la añoranza y la estima tienen cabida en una vida simple. Sin sobresaltos. Gracias a la gente que me llevó allí. Gracias por enseñarme a sentir lo que una tierra puede producir.

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